Hemos comenzado
un año nuevo y reanudamos la tarea de educar. Lo hacemos con la ilusión de
poder acompañar a los alumnos en la aventura de su crecimiento como personas.
No es nada fácil, lo sabemos bien. Pero no debemos desfallecer aunque tengamos
que luchar con muchos obstáculos.
El primero de
ellos es la vulnerabilidad de las jóvenes generaciones. En el Sínodo de los
Obispos sobre los jóvenes se ha tratado sobre este tema que nos afecta a todos
como educadores. Las jóvenes generaciones son muy vulnerables. Traen heridas a
veces desde la familia que sufre desestructuración. La influencia de los
diversos modelos de familia, que se difunden por la red, es muy grande y se
cuestionan valores fundamentales que impiden enraizarse adecuadamente en la
familia y en la sociedad. También en el ámbito estudiantil se dan situaciones
que afectan al desarrollo normal de la persona: críticas, marginaciones,
determinadas violencias físicas y sicológicas.
Es preciso crear
un ámbito de confianza donde los jóvenes abran su intimidad, sean escuchados,
comprendidos y acompañados de forma personal. Sólo así pueden manifestar sus
heridas y encontrar el afecto para sanarlas y hacerse fuertes en su
personalidad. El Sínodo ha hablado mucho de las necesidad de laicos y pastores
que asuman este compromiso de acompañar. Es verdad que nos sentimos abrumados
con muchas obligaciones y responsabilidades, pero no debemos dejar este trabajo
de «escuchar». Sólo así evitamos que nuestros alumnos se cierren en sí mismos,
o en la red, que, como bien sabemos, esconde muchos peligros y se convierte en
el «tutor» universal de las nuevas generaciones. Dice el documento final del
Sínodo que «web y redes sociales son
una plaza en la que los jóvenes pasan mucho tiempo» (nº 22). Ciertamente ofrece
muchas posibilidades para el dialogo positivo y la comunicación, pero también
«el ambiente digital es un territorio de soledad, manipulación, explotación y
violencia, hasta llegar al caso extremo del dark
web» (nº 23).
El diálogo
personal, de tú a tú, entre el educador y el educando, es insustituible. Es el
ámbito propio del contraste y del aprendizaje, el lugar de la confianza y
apertura interior. Por ello, debemos
buscar momentos para establecer estos lazos que, una vez creados, se hacen
irrompibles. Debemos buscar esos momentos que nos permiten, con nuestra
experiencia y pedagogía, acompañar a quienes en tantas ocasiones se sienten
huérfanos.
Con mi cordial
afecto
+ César Franco
Obispo de Segovia.